El valle de Tosande es otro rincón mágico de nuestra región. La diversidad biológica que encierra, y la vida, que rezuma por todas partes, invitan a buscar en cada recoveco sin saber muy bien qué va uno a encontrarse. Entramos al valle por una estrecha garganta entre robles, en la ladera de umbría, y encinas, en la de solana. Juntos pero no revueltos. Un haya solitaria nos recibe llena de color, anunciando lo que encontraremos más arriba. Los avellanos, encendidos, cubren la linde del bosque y ocupan el fondo del valle, cauce de un arroyo casi siempre seco.
De pronto la vista se abre en una hermosa campa desde donde podemos ya divisar los montes y bosques circundantes. Comenzamos a subir por el hayedo. Es espectacular. Los troncos de las hayas rectos, altísimos, alzándose entre la neblina de la mañana, encierran un tesoro inigualable: la tejeda más bonita que conozco.
Al poco de comenzar a caminar aparecen los primeros tejos destacando entre las hayas por su follaje verde oscuro y sus troncos acanalados. Según ganamos altura vamos encontrando ejemplares cada vez más añosos, algunos de porte monumental, con troncos inabarcables, retorcidos, quebrados, fantasmagóricos… La vista no sabe dónde detenerse. Caminamos despacio, en silencio. Dos ardillas cruzan por el suelo de un árbol a otro; a penas se detienen unos instantes y desaparecen entre las ramas.
Salimos del bosque en dirección a una modesta cumbre. Ruido de pisadas presurosas, nos volvemos, y tres sombras fugaces se internan en el hayedo. Aquí, ya más altos, los enebros corveños tapizan el suelo, no hay arbolado. Con esfuerzo llegamos a la cumbre. La vista se extiende desde las más altas montañas de Fuentes Carrionas (Curavacas, Espigüete) hasta el horizonte infinito de la llanura palentina. La horrenda mole del parador de Cervera afea un poco el entorno. Un buen rebaño de ciervos pastan, ajenos al esperpento, en una de las campas de la cabecera de Tosande. Los buitres vuelan bajo nosotros dando vueltas y más vueltas.
El frío nos invita a abandonar la montaña. Bajamos al abrigo del valle por otra zona del bosque. Nos detenemos frecuentemente a disfrutar de los rincones que nos ofrece: fresnos multicolores, alfombras de hojas blancas de los mostajos recién desnudados, acebos cargados de frutos rojos…
Con pena, pero con el corazón repleto de sentimientos, regresamos.
Uno de esos rincones mágicos que dejan huella en quien deambula por ellos. Preciosa descripción y fotografias de un lugar que desde ahora tengo apuntado en la lista de visitas pendientes.